miércoles, 7 de abril de 2010

EL ARTE NO ES UN ESPEJO DE LA REALIDAD. A PROPÓSITO DE LA TETA ASUSTADA

Hay, por lo menos, tres formas de acercarse al conocimiento: la filosofía, la ciencia y el arte. Todas ellas tienen algo en común: el individuo que las ejerce no puede perder la capacidad de asombro ante las cosas del mundo (si lo hace, habrá de dedicarse, en adelante, a otra actividad). Otra característica que estas formas de conocimiento tienen en común es que aquella capacidad de asombro, que constituye el primer motor —el impulso a especular, a investigar o a crear (en la filosofía, en la ciencia y en el arte, respectivamente)—, es un fenómeno subjetivo, aunque, en el caso de la ciencia, solo sea el primer paso para luego abordar la realidad desde un punto de vista objetivo y sistemático (las ciencias tienen un objeto de estudio, un método, un rigor, una estructura). Así, un hombre puede elegir estudiar el impacto de las migraciones del campo a la ciudad en Lima en la década de 1950 o cómo es que opera la fuerza de gravedad en la Tierra, y el porqué de su elección siempre estará vinculado a intereses que escapan al pensamiento lógico, a una idea razonada, deliberada. En cuanto a la filosofía, es también, en materia de temas —y no en la elección de determinada postura (existencialismo, racionalismo, etc.) o en la adopción de las ideas de tal o cual pensador, la defensa o acercamiento a x o y ideología, que requieren, sí, de un ejercicio mucho más consciente y sesudo— un cierto ejercicio más subjetivo que racional, donde esta capacidad de asombro juega solo como primer peldaño.

Sin embargo, en el campo de las artes, es peligroso caer en verdades preestablecidas, en generalidades que simplifiquen la realidad. Un artista no pretende reflejar la realidad tal cual es. El microcosmos que plasma un artista puede tener puntos coincidentes con la realidad exterior, con el entorno; no obstante, este universo es una reconstrucción, un mundo que el artista recrea a partir de su propia visión del mundo, que es producto de los múltiples factores de su vida —personales y extrapersonales— que la influyen: el contexto social, la educación, la religión, sus miedos, sus pasiones, sus frustraciones; en suma, una amalgama entre su historia personal y la historia social que le ha tocado vivir, lo que deviene en un yo interno infinitamente complejo: el artista plasma ese yo en su obra. ¿Es, acaso, el David de Miguel Ángel fiel reflejo del rey David en su juventud? ¿Son las obras de Tolstoi, Dostoievski o Chejov una descripción histórica de la Rusia zarista? ¿Es Ladrón de bicicletas la historia exacta y minuciosa de la Italia de la Posguerra? ¿La lección de anatomía del doctor Tulp de Rembrandt una fotografía en óleo? Ni siquiera el arte figurativo —arte que, en contraposición al arte abstracto, representa las cosas a través de imágenes de forma «realista»— logra mostrar una imagen fiel, objetiva del escenario, ya que el proceso creativo, en sí mismo, es una confluencia de factores que dan como resultado un producto artístico: una poética individual, una particular visión de los hechos, única e irrepetible.

Toda esta reflexión gira en torno a la distinción entre ficción y realidad. Me parece necesario ponerla en discusión, pues no solo el lector común, sino algún periodista —quien resalta por su pensamiento intolerante, irreflexivo y trasnochado— y sendas personalidades de los medios han tildado a La teta asustada (The milk of sorrow) de "muy salvaje, casi africana", que muestra un Perú "atrasado", una imagen negativa del Perú hacia el mundo a fin de cuentas. Tomando nuevamente a la pintura como referente, propongo la siguiente analogía. Si tenemos frente a nosotros un atardecer bellísimo con el sol derramándose en el horizonte: ¿en qué se distinguen una fotografía y un cuadro de aquel mismo escenario? La una, la fotografía, retrata el paisaje tal cual; la otra, la pintura, es un símbolo de aquel mismo escenario, una representación —figurativa o no— del paisaje, impregnada de la perspectiva del creador. Nadie negará que entre realidad y ficción pueda haber entrecruzamientos; es más, muchas veces la ficción toma episodios de la realidad que maquilla y entremezcla con hechos puramente fantásticos. Por lo general, fantasía y realidad se retroalimentan; pero ello no equivale a que la ficción y el suceso concreto, real, obedezcan a la misma naturaleza. El cine es un arte, por tanto, es la expresión de la subjetividad del creador. La teta asustada es un filme, un objeto creado con fines artísticos, estéticos, y no un documental de Sociología Urbana. El arte no es un espejo de la realidad: es una bella ficción, una bella verdad mentirosa.